La magia del agua caliente
warm-water

Ayer estuve en un vuelo procedente de Londres y el señor que estaba a mi lado sudaba mucho y le decía a su amigo que creía que se iba a poner enfermo.

Mientras escuchaba esta conversación, me acordé de una época en la que viajaba en trenes abarrotados en verano en Tokio, y de lo fríos que eran. Era fácil contraer un resfriado agudo, parecido a los síntomas que tenía el compañero que estaba a mi lado. Me di cuenta de que tenía pocos recursos para tratarle, pero decidí preguntarle cómo estaba.

Dijo que creía que le estaba dando un ataque. Miré sus pupilas y decidí que no era el caso, y le dije que no se preocupara. Pensé que lo mejor era calentarle un poco, así que pedí al camarero que trajera una taza de agua caliente. Fue gracioso, ya que ella intervino inmediatamente y dijo que pensaba que necesitaría algo frío, ¡y sugirió ponerle hielo en la nuca! Le expliqué que eso sería lo peor para él y que, en realidad, agravaría sus síntomas y probablemente le arruinaría las vacaciones en Barcelona.

Tras unos sorbos de agua tibia, empezó a recuperar el color de la cara y dejó de sudar. Seguía teniendo un dolor agudo en el estómago, así que le presioné un punto de la muñeca que tenía más cerca de mí y el dolor desapareció. Me dijo que le había parecido ver dos grandes puertas blancas. Le dije que sí, que en realidad estábamos “aquí arriba” y que probablemente él iría al cielo, ya que me parecía un buen tipo, pero que como estábamos a punto de ir “allí abajo”, sería bueno charlar con Lucifer, ya que él era un ángel caído y sabe lo que hay “aquí arriba”… Dije que es el tipo de tío con el que deberíamos hablar y que hay muchas oportunidades de pecar en Barcelona. De todos modos, le dije que, como mínimo, debía evitar los alimentos fríos durante un día y dejar de comer los caramelos de menta fuertes que vi que llevaba encima.

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